Como un cervatillo tembloroso que se esconde dentro de cuevas con su madre y su manada. Esa era yo cuando perdí a mi madre a los 10 años.
Después de esa triste separación vinieron otras, de familia, espacios, posibilidades, recuerdos y más.
Mientras, la tierra envejecía. Me hacía experta domadora de miedos y sometía a los azares jugando con los límites. Llegué a sentirme superior al sufrimiento, abanderada del reverso de la vida.
Oscurece. Y recuerdo que han pasado casi treinta años desde que nos despedimos mi madre y yo.
En un descuido, siento un susurro al oído. Consternada, volteo bruscamente y veo a mi madre. Lleva un corte de cabello que no reconozco y tampoco sé si está veinteañera o mayor. La cubre una capa azul eléctrico.
Arrulla a mi hija dentro de su capa, como si estuvieran encima de una silla mecedora.
-¿Cómo llamas a esta etapa? -me pregunta.
Tomo unos segundos de calma para responder. Mientras, disfruto de verlas. Como si viera a una madre puma y su cría a centímetros, sin mayor perturbación .
Y ¡no!
No consigo encontrar un adjetivo. No me surgen los nombres.
Sólo puedo dibujar abstracciones coloridas con brillo solar o describir detalles de miles de películas continuas y fantásticas, sin poder capturar los títulos.
Envuelta en estas imágenes ¡Grito!
¡Grito!
Grito, sin poder pronunciar.
Photo by Callum Skelton on Unsplash
Hermosa descripción de lo que sientes, te seguiré siempre, Tqm.
Gracias!!
Se siente la ausencia nuevamente. Cuando creas una vida.
Yo también TQM