Fiorella anda preocupada y apurada. Sale corriendo cada vez que termina la jornada laboral. Los fines de semana limpia los pisos para desinfectarlos y corre contra el tiempo para comprar medicinas o tratamientos veterinarios.
Todos los días los mima, los alimenta o los pasea. Duerme con uno de ellos y alberga a muchos que casi siempre dejan de ser huéspedes y se convierten en habitantes permanentes y actores principales de su espacio.
Si suena a sacrificio, podría ser para tú imaginario o el mío. Sin embargo, para ella es un lujo dedicar su tiempo a su mayor pasión. Viaja por sus tiempos, eligiendo esta rutina de abrazos sin palabras y miradas intensas que respiran y laten .
De los bebes o niñas no está tan enterada. Alguna vez comentó que había cuidado de un sobrino hace 25 años, comentario que atrajo nuestras risas burlonas, por que no cambiaba nuestra percepción de la lejanía que existe entre ella y los cachorros humanos.
Volviendo a su tema, nunca la veo con pelos en la ropa, detalle que me llama la atención, dada la cantidad de hijos peludos que alberga.
Ella tiene 39 años, igual que yo. Y tiene resuelta la decisión de no tener bebés. Ve a las criaturas con mirada distante. Pero, cuando nos encontramos observa los movimientos de mi hija. La compara con una de las especies de los suyos cuadrúpedos, de lengua áspera y encuentra comportamientos de Francisca parecidos a sus felinos.
Cuando esta compañera empedernida de los animales llega a mi casa… Francisca la mira, le sonríe traviesa y cómplice de una conspiración. Pronto, la pequeña coge su mano para llevarla hacia sus juguetes y mostrarle su oso, el perro colorido que ella le regaló, el pato de madera, la gallina que regala pelotas y la luciérnaga psicodélica. Fio la sigue, la acompaña, la encubre y cuando la encuentra felina la atrapa por segundos. La arrulla y estruja hasta que Francisca se torna escurridiza y busca liberarse para saltar a su rincón sin quitarle el contacto visual, como una gata.