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Arrolla cada espacio que habita. Busca perfección en las cuentas y las canciones. Ríe de la broma tonta o del sublime encuentro de los cuerpos. Siempre ríe.
Carolina, mi amiga. Muy ella, manifestó un día especial preocupación por mi descendencia.
– Respeto y me simpatiza la opción de no tener hijos. Pero, no creo que tú seas parte de ese grupo. -Sentenció, inequívoca.
Tengo 9 años más que Caro, la psicóloga. La que me hace florecer un lado, que eternizo en cada encuentro con ella.
No sé si la década de más hace que a través de mi amiga reviva mi pasado, ese donde me encontraba con la mejor versión de mi libertad. Con los cantos de la independencia de mi cuerpo y el hambre excesivo por morder lo desconocido.
Carolina, señaló la edad que teníamos los dos (Andrés y yo) y los riesgos de esperar más . A su vez , recordó, con orgullo y alivio de cómplice, la conquista de una relación entrañable que Andrés y yo habíamos logrado.
Dichas tales evidencias. Comencé a pensar en la delirante posibilidad de que seamos padre y madre.
Pasados treinta días de la sentencia de Caro en cuanto a mi potencial vida de madre, y mientras (mi novio y yo) cuestionábamos los bemoles de nuestra posible futura condición.
¡Listo!
Se nos erizó la musculatura y nos tembló el alma.
Mensaje positivo indispensable a ella, la autora intelectual.