Los ojos grandes y pardos. Su mirada fija inyecta toda su concentración en el cuadro rojo del salón de casa.
Irrumpe. Corre maratónicamente.. Al encontrar el cuadro, se relaja y lo contempla eternos minutos.
¿ Encontrará una inmortal quietud en el alma de la pintura?
-Disculpen por el ingreso abrupto-. Explica su mamá. Quién persigue a Manuel, sin sobresaltarse.
Mi hija se alista para abrazarlo y elevarse en sus brazos hasta los soles, cómo le clama él. Se convierten en una carroza en feria de verano. Carcajean, gozando del festejo.
Cuando ella desciende al suelo, lo lleva de la mano hacia el jardín. Manuel en pleno entusiasmo, se deja guiar por los pasos de una bebé, su amiga.
Se pierden entre las ramas, se raspan con los aloes y se muestran las flores. A veces, se sientan frente a frente acompañados de un silencio musical.
Aislados en un complot de gestos y miradas, sin reloj en marcha.
El adolescente ríe escandalosamente. Mientras, la pequeña recoge la tierra y se chupa los dedos.
Cargan una caja de madera vieja, con ramas secas, barro y unos juguetes que Francisca encontró por ahí.
Manuel se agota y protesta. Su amiga lo abraza sin encontrar correspondencia. Ambos advierten el final. Le toma una arruga del pantalón y lo lleva hacia la puerta.
Su molestia es mayor y la bebé lo advierte.
Le cierra la puerta y corre a la ventana a despedir a los vecinos:Manuel y su mamá.
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