Skip to main content

Por las tardes, el peso infinito del desgano me esclaviza. El cielo empaquetado, cae en mi cabeza. Mi hija, contactada con la energía solar, está en su mejor momento.
Quiero salir corriendo, perderme en la carcajada de mis amigas, encontrarme sometida a la presión de un reto profesional o navegar en la playa del silencio aparente, sola con mis ruidos.
Látigo de realidad me trae de vuelta. Francisca me jala de la mano hacia las escaleras, subimos y bajamos, tantas veces lo pida.
Mi estado cuestiona si soy buena madre.
Miro a su papá, diseñando abstracciones, colmando figuras y estéticas.
Envidio su concentrada complacencia. Mis pensamientos le gritan.
¡Cambiemos este trato. Yo, de vuelta al trabajo “profesional” y tú con la niña!
Las mañanas son un deleite. El papá de Francisca, se despierta con ella, la cuida, juega, la acomoda para que succione mi energía. Se las arregla para que yo también reciba una porción de cariños matutinos.
Me dejan dormir un poco más, desayunamos felices. Ejercito mi cuerpo.
Trabajo poco tiempo, estudio y escribo. Cuido a mi niña, la saboreo y me reinterpreto en ella.