Skip to main content

Petrificada. Corto la llamada. Me baña una catarata de barro, piedras y pétalos.
Me desdoblo y observo mi silueta de arcilla, rodeada de rocas bajo una lluvia seca de hortensias lilas.
Planeaba buscar trabajo para abandonar el de madre a tiempo casi completo. ¡Sorpresa! Una voz masculina me ahorró la labor del marketing profesional y me arrebató la contradictoria faena.
Tengo miedo, me asaltan imágenes puestas en play. Bañando a mi hija y cantándole poniéndole límites continuados de llantos y manotazos que trabajo en corregir ambas comiendo helados entre juegos ella disponiendo de mi teta como si fuera parte de su cuerpo las dos bailando agarradas de las manos hasta que me suelta para dar vueltas hasta caer mareada.
Me aterra saber que 21 veces al mes sólo la veré al anochecer. Cuando llegue agobiada después de 10 horas fuera de casa.
Cuántos y cuántas me gritarán: “Es lo que toca, así es.” “A mí no me tocó así . Parece que ya me va a tocar.”
Maldigo el sistema en el que vivo, éste que pide que criemos niñas y niños que aporten a la sociedad, inteligentes, optimistxs, humanxs, íntegrxs y tolerantes. El mismo sistema que los separa de sus padres a los cuatro días de nacidos y de las madres a los 3 meses. ¿Cómo darles protección, estímulo y alimentación constante sin ser súper heroínas o súper héroes.
Seco las lágrimas que arruinan la mascarilla vegetal en mi rostro.
Busco mi olvidada ropa formal y mi maquillaje.
Ella, juega a ponerse y a arrastrar las blusas.