Corren para abrazarse y besarse. Las vidas de Enzo de un año y ocho meses y de Francisca, un mes mayor se han cruzado desde hace varios meses.
Cada tarde se encuentran en los juegos del parque del barrio.
Atraen las sonrisas cómplices de los visitantes del parque, pues, cada tanto, paran el juego para acariciarse, darse un beso y caerse al perder el equilibrio.
Enzo sabe decir: “hola, ¿cómo estás?” y se lo repite a Francisca. Ella lo mira hacia arriba y sonríe como si le regalara la respuesta con los ojos.
A Enzo lo cuida su nana, Gabriela.
Mientras ellos se descubren, nos contamos los acontecimientos nuevos de la pareja. Me dice que Enzo ha vuelto a despertar por las noches, que ella lo trata de calmar y no puede.
–Lo han llevado al pediatra y le han dado un relajante, vamos a ver cómo le va esta noche.
-¡Relajante! -Contesto sorprendida.
Me identifico. Francisca ha recaído en la misma conducta nocturna. Pero, no hemos pedido ayuda química.
Se ha hecho costumbre que Gabriela lleve galletas para Enzo y que Francisca coma unas cuantas. Mientras, me dice que de lunes a sábado aprovecha para que coma bien. Los domingos, Enzo no quiere comer.
Son las 7:30 de la noche. El tierno amigo de mi hija llora de hambre y su casi mamá lo arrulla y le cuenta, con la paciencia de las grandes, que irán a casa a cenar.
La abrazo.
Nos decimos hasta mañana.
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