Me sentía idealmente libre. Acompañada y compañera de él, en espacios que ambos habíamos elegido compartir.
Jolgorios pícaros de nuestros cuerpos. Intercambios cabezudos de dogmas, recuerdos y futuros inventados. No perdíamos la oportunidad de explorar viajes que nos transportaban en cuanta dimensión podíamos tocar.
Cuánto disfruté de la compañía del padre de mi hija.
El reposo carnavalesco sin cálculo es hoy un privilegio casi soñado.
Desde que una tercera vida respira nuestro aliento, hemos cambiado el desorden de un par de distraídes por la responsabilidad constante de velar por una familia.
La logística y operatividad de esta existencia nos roba más tiempo del que quisiéramos.
Recién nos miramos cara a cara antes de que nuestros cuerpos cansados despeguen hacia la noche.
Despertamos oyéndola pedir teta y así comienza una nueva carrera. (Tu la cambias, yo voy a la cocina a preparar el desayuno……)
Los placeres son otros, nos contagiamos de su travesura, la pasión se viste de sus descubrimientos y carcajadas.
Cuando Francisca encuentra una distracción sola, su papá y yo nos buscamos y, sólo cuando hay tiempo, coincidimos en la melancolía de lo que fuimos.
Un hombre y una mujer que vivían el momento de unión con fervor inocente. Sin saber que al andar de a tres, la belleza se configura en otras formas.
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