Skip to main content

-Mi papá nos cocina. Usa un mandil de cocodrilos y pone música a todo volumen. Yo y Matías bailamos, jugamos en la cocina y siempre terminamos peleando- Me cuenta Gracia.
Tiene cinco años y trata de caminar sobre sus patines en el pasto artificial de los juegos del parque.
Su padre ayuda a Matías, de tres años, a trepar sobre unas escaleras tramposas mientras, de reojo, mira a la mayor.
Gracia jugó con mi hija por algunos minutos y cuando me vio sacando la merienda, me interpeló.
-¿Tú trabajas? ¿Quién cocina en tu casa? ¿Tu hija ordena sus juguetes?
Mientras respondía, ella me interrumpía para contarme acerca de cómo estaban distribuidas las tareas domésticas y del cuidado de les niñes en su casa.
-En mi casa, no es como en tu casa. Mi papá es arquitecto pero por ahora no hace casas. Nos cuida, cocina y arregla la casa. Nos hace dormir y me enseñó a bañarme sola.
Sentí curiosidad, estuve a punto de preguntar por su madre, pero callé. Temí que quizás hubiera muerto, o que no tuviera presencia en sus vidas.
Matías se acercó corriendo y empujó a su hermana. Mientras ella caía, gritó
-¡Le voy a contar a mi mamá!-
Se me ruborizó el cuerpo.
Me marché en cuanto pude.
Me desprecié.
Si Gracia me hubiera contado la misma historia, nombrando como protagonista a su madre, jamás habría pensado que el papá podría estar muerto.

Photo by Aalok Atreya on Unsplash