Tuve un sueño erótico, -me cuenta el papá de Francisca- la chica era una que nunca he visto. Se parecía a una amiga de la universidad.
-¡Papá! -Grita Francisca. Y viene corriendo, con las manos llenas de crema.
Él y yo, sin emitir juicio por su travesura, le enjuagamos las manos. Cómplices, en una conversación que se expresa entre líneas y revestida de metáforas.
Mientras, los tres, paralelamente, jugamos a mojar a un autoadhesivo de pez que se baña junto a las manos de nuestra pequeña.
Nos miro en el espejo del baño y nos escucho como si hubiera captado dos señales a la vez, de una radio.
El erotismo nos atrapa con morbo de padres que extrañan la pareja que eran. Gana la diversión del pez que se baña en jabón y crema. Y la familia. Mi familia, divertida por partida doble dentro de un marco de espejo observador.
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