Recien aprendió a hablar. A pasear, abajo, teta mamá, upa mamá, upa papá, petota, Nina, dice.
Sus zapatos, ortopédicos amarillos, no pueden quedarse en casa sin protestar. La puerta hacia la calle es el telon de un majestuoso escenario.
Flores fuccias interpretan un dibujo infantil que arenga primaveras y upa inviernos.
La palmera que asoma nuestra ventana toca un solo de cuerdas mientras le susurra un cuento de verdes caracoles que se extremecen a carcajadas cuando una niña les guiña el ojo.
Desde el nido de colibris le tiran una cuerda para que suba a armar castillos hechos con ramas, secas y callejeras.
Piedras, vestidas de blanco, actuan a circundar nuestro jardín. La esperan, quietas y encantadas. Al ver sus zapatos amarillos traviesos corren para esconderse. Ella, las busca, las atrapa y las bautiza: Juana, Urpi, Perto, Ramón y Amparo.
Una lombriz- vestida de traje y perfumada a tierra limpia- le dice al oido: la puerta de casa está esperando tu regreso.
El llanto de Francisca asusta a la flor fuccia, a la palmera, a los colibris, a las piedras de blanco. La lombriz, calmada, la invita a trepar a su espalda. Imaginando que puede volar la deja en casa, frente a sus juguetes. Esos, que no saben jugar.
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