Mi hija se encontró a las y los de cuello blanco que no se enteraron que en nuestra ciudad los cerros bailan y lloran. Les miró el brillo de los zapatos y la sonrisa acartonada que mantienen frente a sus espejos telefónicos.
Ella se cayó en sus jardines que no se distraen. Traviesa, persiguió a sus perros que orinan en estos verdes, educados.
En la ciudad de mi hija y la mía respiramos el capricho maldito de la diferencia.
Diferencia que limpia el suelo impoluto con el sudor fatigado.
Fotografía © Eleazar Cuadros