Allí viene mi amiga, la compañera de mis últimos 10 años, la que se va .
Pasa por mi. Nos contamos qué nos pasó en el día, mientras queremos llegar a una dirección que no encontramos.
Leo sus pendientes, me enseña sus compras.
Nos reímos de su elevado nivel de previsión y así, como cambiando mecánicamente al lado b de un vinilo, nos encontramos inmersas en una ucronía sentimental, reconstruyendo cómo habría sido yo si mis papás estuvieran vivos.
Nos despedimos. Nos abrazamos fuerte, como siempre.
-¿Qué harás por la noche, por qué no cenamos? Quiero ver a Francisca, la voy a extrañar. Me confiesa.
Nos carcajeamos los cuatro, Francisca quiere derribar todo lo que encuentra en la mesa y nos las arreglamos para jugar con ella y a la vez indignarnos por la perversa desfachatez de las transnacionales hacia los usuarios y cómo este comportamiento está normalizado en nuestra patria.
Bebemos colmados de palabras que encuentran retorno.
Le doy teta a Francisca y pongo pausa para escuchar las discusiones de mi chico y mi amiga, tan de ellos, tan de nosotros.
Mi amiga se va a estudiar, a saborear el saber londinense, a plantear su diversión y su risa. Risa que buscaré y mostraré a Francisca. De vez en cuando.
Photo by Jason Long on Unsplash