El calor redondo crea en el almanaque un suspiro estacional.
Las fechas se apuran, enamoradas, se increpan belleza en la oscuridad.
El calor sopla casi silbando y los minutos se duermen.
Don año no se apura, camina agotado y encuentra la comodidad que acaricia su agitación.
Le conversan con humor y así duerme optimista.
Pero lo perturba su suerte y los amaneceres malditos se burlan de su desgano, una vez más.
Corre perdido, llora en las esquinas de los cambios de día.
El calor redondo lo vuelve a encontrar y lo abriga, lo deja envuelto en luces nobles.
Allí va don año, robusto y gentil. Saluda amable y sede su asiento a los pobres infelices.
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