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No he escrito, no he frenado a tirar las vivencias con mi hija en el cuarto de la expresión.
Me enredo más que nuca con ella, me hago una trenza con sus frases construidas cada día con el juego de la palabra en medio. Me agoto de su energía, esa que crece como raíz de árbol descomunal. Me fascina su empeño por ponerse los zapatos, servirse sola agua o salir todas las horas del mundo a la calle.
¡Tienes dos años y siete meses Francisca!
Y sus amiges, les niñes del barrio dicen mientras observan nuestra ventana: -¡Esa es la mascota de Francisca!
Una araña amarilla y negra de cuerpo gordo y patas largas que vive engalanando nuestro jardín. Ella nos teje cada día la belleza y magnitud de su tela de araña, ha puesto huevos y la observamos, cada hora, cada día.
No he escrito porque corro o vuelo entre trabajos, trámites y pendientes domésticos. Pero, siempre, a cada rato, contemplo a mi hija, como a la araña. Crecen y se hacen más ellas, más fuertes en la calle, en el experimento, en la perseverancia, en la libertad del viento y la tierra.

Photo by Fernando Lavin on Unsplash