El juego está dispuesto.
-Pasajeros, abróchense el cinturón de seguridad- Perifonea Francisca
– ¡Mamá, mamá! – reitera el llamado.
Reacciono. Me aparto de la ventana y del entretenimiento que brinda una terraza, cuyos protagonistas son mi vecina y su acompañante.
Mientras volamos hacia Buenos Aires, le sugiero que anuncie desde fuera de la habitación el pronto aterrizaje.
A mi hija le hace gracia la idea y emprende, caminando elegantemente.
Entre tanto, salto del asiento del avión y regreso a la ventana.
La película ha avanzado. Desde mi perspectiva veo la mitad de los cuerpos, piernas que envuelven el rostro del visitante.
-¡Mamá!- Reclama Francisca, e irrumpe en la habitación.
-Dije que podías bajar del avión-
La regreso hacia la puerta y le explico que me quedé dormida en el asiento. -Esta vez sí saldré- y cierro la puerta.
La pareja ha alternado los roles y la postura, miro hacia las demás ventanas para constatar si hay más público.
-Pueden bajar por la puerta posterior- Grita Francisca.
Corro hacia la puerta.
-Te falta la maleta mamá- y camina hacia el lado de la ventana para levantar su maleta de doctora que hace las veces de mi equipaje en este vuelo.
-Señorita es usted muy amable, puedo ir sola por ella- Y la retengo tomada del brazo.
Regreso a paso de maratón y Francisca perifonea:- Una señora ha olvidado su maleta, mi mamá siempre deja las cosas-
Miro de reojo hacia el cuadro “la pasión” y descubro que también se puede escuchar. Mi vecina emite cánticos al placer y su pareja entona los coros.
Entonces, Francisca, la pilota, azafata y jefa de tripulación pregunta ¿Qué suena mamá?
La alzo y la llevo a la ventana del lado opuesto de casa o del avión, acompañándola para averiguar el misterio.
Aquí no se escucha, me increpa.
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