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-¡Abajo! ¡Acabó!- grita desesperada Francisca, mientras baña su ropa de lágrimas y moco.
Sufre, sentadita sobre las piernas de su papá, que la retiene a la fuerza.
Una aguja gigante la invade.
Su rostro rojo contrasta con la transparencia de la cara de su papá.
La mano del enfermero es la única parte de esta escena que se mantiene firme, sin temblores.
Resulta que se necesita no poca cantidad de su sangre para hacer ocho tipos de estudios.
Mi hija nació pequeña. Es pequeña.
Nosotros, papá y mamá también lo somos. La historia genética de su papá es un mundo de pequeños adorables, y se remonta a un pueblo Italiano. Cruzó océanos hasta llegar al extremo sur de América para encontrarse en tu cuerpo y tu historia –Francisca- con un revoltijo andino.
Saltan las alertas médicas.
Y allí estamos, pinchándola para analizar si se encuentra algo más que una evidente herencia genética.