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Terminamos. Mi hija y yo hemos agotado nuestras tertulias con teta en boca y estoy feliz.
Inolvidables contemplaciones y charlas, filosofando amores, dependencias, existencias, miedos, amarguras, felicidad y más.
Su succión vehemente tragaba mis grasas y sus kilos testarudos continuaron un embarazo con aroma a libertad en pañales.
Amé y odié la lactancia.
Adoré alimentarla y ser el único elemento capáz de fluir a demanda exclusiva de sus ganas. Calmé sus llantos histéricos con leche tibia que emanaba de mi revolución. Sentí que contenerla en mis tetas me contactó con las madres primitivas y guerreras del universo, y en especial con la mía.
Por otro lado, detesté que la parte superior de mi cuerpo hubiera dejado de ser solamente mía. Se armaban festines en mis tetas mientras mi conciencia desesperada buscaba silencio y sueño.
Acabó. Mi cuerpo volvió a mi poder, y a nosotras nos sobran eternas charlas en nuevos rincones.